Los sofistas eran los sabios primitivos que a partir de Sócrates y Platón perdieron su prestigio, siendo designados con este nombre en sentido peyorativo.
Eran pensadores que en el siglo quinto antes de Cristo se dedicaban a enseñar principalmente retórica, o sea el arte de hablar bien y de la erística, o arte de persuadir y convencer.
El sofismo representa el fin del período llamado cosmológico, en que la inquietud del saber se centraba en la naturaleza, y el inicio del período antropológico, centrado en el hombre.
La inestable situación política de Grecia obligaba al ciudadano libre a intervenir más en los asuntos del Estado en virtud de la disparidad de las doctrinas filosóficas existentes.
Los sofistas no creían en el ideal de la verdad absoluta y priorizaban el concepto de utilidad, enseñando la virtud como la capacidad de ser eficaz en política.
Para el sofismo toda moral y cultura proviene del hombre y este concepto los llevó a romper con el pensamiento tradicional que los llevó a un escepticismo y relativismo subjetivo.
Creían en el carácter funcional del lenguaje y en que no existe un conocimiento válido y necesario, y esta forma de pensar los convirtió en los primeros en incursionar en una teoría del conocimiento.
Las doctrinas de Parménides y Heráclito llevaron a una actitud escéptica sobre la validez de la percepción de los sentidos, ya que si según Parménides el Ser es estático, inmóvil, eterno y el movimiento ilusorio; la percepción nos engaña; o si según Heráclito todo está cambiando sin cesar y lo único seguro es el cambio, también es imposible darle crédito a lo que percibimos.
La opinión de filósofos prominentes antes de Sócrates y Platón, aún se contradecían unos a otros porque todavía no habían surgido pensadores capaces de hacer una síntesis superior, con lo verdadero de ambas posturas.
Por lo tanto, existía desconfianza en las cosmologías de los filósofos presocráticos, que provocó volver la mirada del hombre hacia si mismo.
Platón fue el que brindó la posibilidad de tener en cuenta la mutabilidad y la estabilidad de las cosas y también la reflexión sobre las civilizaciones y las culturas.
Estas diferencias hacían que se cuestionaran sobre si las distintas formas de vivir y los diferentes códigos religiosos y éticos eran producto del hombre y en consecuencia mutables o bien impuestos por ley, o tal vez dependían de la naturaleza, o podían ser verdades reveladas en forma sagrada o divina.
Protágoras, el más notable de los sofistas, se ocupaba del microcosmos más que del macrocosmos, o sea del hombre, como el misterio más grande, su civilización y sus costumbres.
Estas conclusiones no pretendían establecer normas basadas en una verdad absoluta; a diferencia de la filosofía griega antigua que buscaba la verdad objetiva, ya que los cosmólogos querían descubrir esa verdad objetiva del mundo en forma desinteresada.
El método sofista más cuestionado era la enseñanza de la erística o el arte de persuadir y ganar las controversias, principalmente en lo concerniente a ganar los litigios judiciales. Obviamente en la práctica, esta habilidad podía equivaler a que la causa injusta pareciera justa, cuestión contraria al afán de llegar a la verdad de los antiguos filósofos.
Los jóvenes recibían con entusiasmo las enseñanzas sofistas pero los mayores tradicionalistas temían por la formación de sus descendientes.
El sofismo sirvió de transición a la fase de la filosofía de Platón y Aristóteles que siempre los consideraron en forma peyorativa.
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